
-¡Está vivo! -Le gritaron a Frankenstein.- ¡Vivo!
Mi corazón que para ese entonces, era más como un muerto viviente, un espectro o un alma en pena, un músculo que sólo latía lo justo, para mantenerme con vida. Y cuando yo creía que ya no había esperanza alguna... Levantan fusibles, le dan a la luz, y la vieja instalación eléctrica padece una subida de tensión de las que no se registraban en años.
Engrasamos ventrículos y soldamos aurículas, comprobamos sus sístoles y su diástole, su ritmo cardíaco era algo lento, pero nada que no se pueda solucionar con un poco de ejercicio, mucho cariño y nada de reposo.
Estuvimos arrancando telarañas, sacudimos el polvo acumulado de años, limpiámos toda la zona del corazón, la hidratámos a base de palabras, gestos y miradas, y, ¡oh! cuándo estábamos abrillantándolo, nos dimos cuenta de que, aquellas cicatrices que tanto daño hicieron en el pasado, no eran más que pequeñas betas blancas que afeaban su aspecto externo, cuando por dentro se encontraba en plena forma, así que oscurecimos la zona afectada con el rojo de tus labios y conseguimos un aspecto fenomenal.
¡Adiós al abrigo! Este año le quito la bufanda de lana, las pantuflas de tela y la bata de guatiné y le animo a salir de casa, porque este año, a mi corazón le han puesto un radiador de última generación. Sólo necesito recordar tus manos entrelazadas con las mías y aquellas risas de madrugada en la habitación, para ponerlo en marcha y hacerle entrar en calor.
Y después de todo este esfuerzo, fíjate, no hay más que verlo. Rebosa salud y alegría, le han devuelto aquel favorecedor color rosáceo, en vez de ese negro luto que llevaba siempre, aún siendo tan joven.
Puede que esta tarde le ponga luces de colores y me lo lleve de paseo por Barcelona, para contarle a toda la ciudad, que mi corazón está navideño, que está vivo y con ganas de amar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario