viernes, 12 de diciembre de 2008

UN MAL DÍA



Hay días en los que el silencio llega a ser ensordecedor aún habiendo bullicio a tu alrededor, pero tu cabeza parece estar insonorizada. El silencio puede llegar a reventarte los tímpanos, cuando ves a las personas que te rodean articular palabras y el sonido sin salir de sus gargantas.
La habitación puede cobrar vida propia, y girar y girar sin parar. Alguien se levanta de su asiento y coge una cerveza de la nevera, te preguntan algo, no sabes muy bien el qué, su boca no ha emitido sonido alguno. Asientes y sonríes delicadamente.
Unos te mienten en la cara, te sueltan cosas que no se creen ni ellos, pero el problema está en cuando crees que esa persona se está creyendo tu bulo y resultas ser tú el engañado. Otros fuman y aparentan estar allí con los demás, pero su mirada está vacía, no tiene ojos para verte. Hay quien ríe abiertamente y su risa te contagia algo, aunque no sabes el qué, porque es muy difícil reír cuando se llora por dentro amargamente.

Y mirando bien y a tu alrededor, te das cuenta de que todos son grandes actores interpretándo su papel a la perfección, tal y como reza el guión; y la actuación puede llegar a ser perfecta si nadie decide improvisar, porque, uno no sabe qué hacer cuando alguien se salta el texto. La comedia puede llegar a convertirse en tragedia.
Pero hoy no estás para estrenos, ni teatros, ni películas de serie B, porque el eco del silencio resuena estridente en tu cabeza. Debes de salir de allí, cuanto antes.

- Voy a por unas birras ¿alguien quiere algo?
- ¡Tráete un camello!
- Si, y papel que nos quedamos sin.
- Y unas patatas, o unos donettes, lo que sea, que por aquí hay gusa. -Dice alguien alzando la mano y señalando con el dedo las cabezas de los que están sentados en el sofá.
Asientes y sonríes, delicadamente.
- Ahora vuelvo.
- ¡Eh tía! Que te dejas la pasta ¿O piensas invitar tú?
Niegas, coges el dinero, sonríes delicadamente.
Abres la boca para para decir lo dicho anteriormente: "Ahora vuelvo" pero te callas y lo que abres es la puerta.

Una vez en la calle todo en tu cabeza parece estar igual o peor. Ni el viento, ni el frío, ni las luces de la calle, ni el ruido, son capaces de sacarte del ensimismamiento en el que estás metida. Con las manos metidas en los bolsillos del pantalón echas a andar, con una piedra por toda compañía, a la que vas dando pequeños toques con tus deportivas nuevas. Caes en la cuenta y te paras en seco. Deportivas nuevas, de última generación, de marca para ser igual de imbécil que los demás y bien chulas para que la gente te diga: ¡Eh, como molan tus bambas! Creas, ¿respeto? ¿afecto? ¿personalidad? ¿envidia? ser... ¿gilipollas de remate? Pero sigues siendo tú, aunque con deportivas nuevas de última generación, de marca y bien chulas.

Te guias hasta el coche, tal vez no sea un buen momento para conducir, no por la ciudad, sí por un polígono. Rumbo al polígono. Y es lo que tienen los polígonos industriales por la noche, puedes correr un poco más, no hay semáforos y escasea el tráfico. Puedes poner la música tan alta como te apetezca, puedes gritar mientras cantas y nadie te mira como si estuvieras loca, descargar adrenalina hasta vaciar el depósito y el tiempo parece... ¡Mierda el tiempo!
Casi sin arte cuenta llevas más de dos horas conduciendo y pegando berridos dentro del coche. Miras la hora, las once y media. Menos mal que la gasolinera siempre está abierta.
- Buenas noches, me pones seis estrellas y ...
- ¿Y...?
- Un momento por favor, que no lo recuerdo.
La dependienta suspira, pero se levanta para coger las cervezas de la nevera. Aprovechas y coges el móvil de la chaqueta. Quince llamadas perdidas. Cara de asombro y piensas: menos mal que lo tenía en silencio.
- Oye, que me he despistado hablando con un amigo que me he encontrado por la calle. ¿Qué me habíais pedido que no lo recuerdo? -¿Se tragarán el engaño? piensas. Por lo menos no me he salido del papel.
- Nos tenías preocupados tía, llevas más de dos horas fuera. ¿Estás bien no?
- Sí, sí, siento haberos preocupado, pero tenía el móvil en silencio... bueno, qué era lo que tenía que llevar.
- Eh.. sí, haber era... un camello
- ¡Y un Winston! -Se escuchó de fondo.
- Sí, un camello, un Winston, papel, que no se te olvide tía y comida, en abundancia ahora, que todos tenemos hambre.
- Vale, vale, pues ya voy.
- Venga, no te líes.

Dirigiéndote a la dependienta, sacudes la cabeza en forma de despiste, sonríes señalando el móvil y le sueltas la lista.
- Y me pones también un paquete de chimos y regaliz de fresa.
- ¿Cuántos?
- Dame el bote.
- ¿Cómo?
- Once, que me des once.
La dependienta te mira con mala cara y vuelves a sonreír.
- ¿Tienes pizzas?
- ...Seh...
- Pues ponme un par de atún y beicon y otras dos de queso.
- Veintidós con quince maja.
- Aquí tiene, buenas noches.

Aparcas, suspiras y te vas al pub que hay calle abajo para comprar el tabaco y lo demás ya os lo podéis imaginar. La cena, jugar unas partidas a los bolos, con suerte echas unas cartas, unas risas, fumar hasta partirte el pecho y tomar unas copas.
Tres horas después la gente se va y vuelve el silencio, atronador, ya ni te sorprendes, lleva siendo así toda la noche. Apagas luces, te enfundas el pijama y te metes en la cama. Cierras los ojos y el silencio desaparece. Miles de voces en tu cabeza preocupadas por infinidad de cosas. Queda noche para largo.
El dinero, el trabajo, la hipoteca, el préstamo, la política, la crisis, cambiarle las pastillas de freno al coche, pintar el techo, me quiere no me quiere, qué harás cuando mamá falte un día, si hay algo más allá, si hay algo más acá, qué puedes hacer para mejorar, qué bonitas que son las bambas, mañana me toca limpiar la casa, qué demonios te ha pasado esta noche, el lunes tengo que ir al banco, la contestación que te ha dado fulanito, cómo te gustaría estar en el pueblo, o tal vez en Miami, o en Las Vegas, de vuelta al dinero, el trabajo, la hipoteca, el préstamo....

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