
- Mujer, ¿porqué te cubres con esos ropajes?
- Mi señor, usted me mira tan fijamente, que provoca mi sonrojo, y mi cuerpo no es...
- Su cuerpo, su cuerpo es bello, tanto o más como su rostro. Un bello cuerpo, un cuerpo hermoso. La belleza de la mujer, su fragilidad desnuda, es maravillosa. - Se puso detrás de ella y cogiéndola de los hombros la presentó frente al espejo y le dijo: ¡Vos sois una obra de arte! ¿Alguien le dijo lo contrario?
Con las mejillas encendidas, dio media vuelta para escrutar los ojos de aquel hombre, que le recitaba tan bellas palabras.
- Nunca nadie me había dicho cosa semejante.
- ¡No me lo puedo creer! -apuntó llevandose las manos a la cabeza ante el asombro.- No debe ser cierto lo que oigo, aunque si es su boca la que habla, nunca más volveré a dudar de ella. Mi señora, ¡perdámosle el miedo a la desnudez! Mire mi cuerpo, ¿cree que es perfecto?
Sin tan siquiera mirarle, la dama preguntó: ¿Acaso vos no sois una obra de arte?
- ¿Yo? ¿Con tremena panza? -Rió sosteniéndose el estómago con las dos manos- No mi señora, sin embargo vos, me muestra sus nalgas en el espejo haciéndome morir por ellas. Pero siendo sinceros, Milady, sé que usted se muere de ganas por pellizcar mi oronda panza. -la cogió de una mano y mirándola a los ojos la besó en el dorso.- y yo muero de ganas de morderle las caderas.
Siguió besándola brazo arriba, hasta llega a sus hombros y su cuello, y sus labios rodaron por su piel hasta perderse. Con una mano, bajó por su espalda hasta llegar a sus nalgas, las cual apretó con ganas, pero sus manos fueron más alla, le acarició el vientre, y palpó su vagina, estimuló su clitorís hasta que sus fluídos bañaron su mano.
-Apoyese en la pared, no vaya a ser que le flaqueen las piernas.
Besó su pechos y le mordió las caderas y la cintura, acarició su pelvis y besó sus muslos por dentro. Introdujo un par de dedos en su sexo y ella le arañó los hombros. Sorbió su clítoris suavemente, su boca acariciaba su vagina, recorriendo sus labios sin prisas con la punta de la lengua y sumergiéndola en lo más profundo de su ser, haciéndola sentir deseada, poderosa, realizada.
La degustó, bebió de ella hasta saciar su sed, hasta que su miembro viril estuvo en todo su cénit, y cogiéndola de las nalgas la aupó apoyada en la pared, y la fué bajando lento, despacio, adentrandose poco a poco, y una vez dentro, sujetándola de las caderas se introdujo en ella hasta el final. No corria aire entre ellos, sus suspiros se entremezclaron frente a sus bocas, el besándole el cuello, ella agarrándose a su cabello, él mordiéndole los pechos, ella arañándole la espalda.
Pero las piernas que flaquearon, no fueron las de su señora, por lo que el caballero se apresuró a buscar una silla. Cubriéndole la espalda con el brazo entero desde las costillas hasta su ano, consiguió llevásela consigo hasta la silla de detrás del biombo, dónde relajó sus muslos por el peso de su señora y abrió sus piernas.
Ella apoyó sus manos en las rodillas del caballero y entrelazó sus piernas a las patas traseras de la silla, echando la espalda hacia atrás mientras él, atraía con fuerza su cintura, más y más fuerte, con más y más ganas, delirantes, completamente locos, extasiados. El caballero cerró las piernas y ella se irguió dejándole los pechos a la altura de su cara, paseo su nariz entre pecho y pecho, pequeñas gotas de sudor le cubrian la frente, ella no hacía más que botar y saltar encima de él, dejándole sin espacio para respirar. Su caballero no midió la fuerza y le mordió un pezón demasiado fuerte, pero hasta ese pequeño dolor le pareció exquisito.
La apartó de sí bruscamente y la puso de rodillas en la alfombra frente a sus genitales, sin dudarlo ni un momento, le lamió los testículos desde el final, rodeándolos con la lengua, hasta llegar a su pene eréctil, duro como una roca y enrojecido por la fricción, suministrándole un alivio instántaneo con su saliva, lo justo para darle la vuelta y proseguir la marcha.
La apartó de sí bruscamente y la puso de rodillas en la alfombra frente a sus genitales, sin dudarlo ni un momento, le lamió los testículos desde el final, rodeándolos con la lengua, hasta llegar a su pene eréctil, duro como una roca y enrojecido por la fricción, suministrándole un alivio instántaneo con su saliva, lo justo para darle la vuelta y proseguir la marcha.
Las trompetas de palacio anunciaban la llegada del rey después de su día de caza. El tiempo se les agotaba, pronto llegaría el rey a la alcoba para enseñar a su señora, que aún estaba en plena forma y mostrarle las perdices que habían conseguido para la cena.
Se dieron prisa, cubrió en saliva los dedos indice y corazón y le estimuló el clítoris mientras la emprendía fuerte contra su señora. Estando a punto del desmaye, un hormigueo la recorrió desde su útero, subiendo por su estómago y sus pechos y alojándose en su garganta. Nunca en su vida había experimentado una sensación igual, su cuerpo estallaba de placer, más y más su cuerpo iba liberándo todo su amor por su vagina. El caballero la embistió por última vez, la tiró del cabello hacia atrás y mientras la besaba en la boca, eyaculó hasta tres veces dentro de ella. Se dió el gustazo de morderle en el hombro derecho y luego sacudió su nariz en su cuello. La miró, la besó una vez más en el bajo vientre, cogió su ropa y escapó por la parte de atrás de la habitación.
Sin más tiempo que el de ponerse el camisón real, el rey entró por la puerta principal de la alcoba y llamó a su esposa.
- Mi reina, mirad que os traigo para la cena de esta noche, ocho perdices de gran tamaño, hoy hasta los sirvientes cenarán perdices y mandaré llamar a mi caballero real para que lo deguste con nosotros, ya que hoy se ha tenido que ausentar por problemas familiares. Creo que su madre no goza de un buen estado de salud. ¿Qué os parece? - Le dijo mostrandole la caza.
Pensativa le contestó:
- Una obra de arte mi señor. Una verdadera obra de arte.
- Una obra de arte mi señor. Una verdadera obra de arte.
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