martes, 30 de junio de 2009

CHARLIE, EL AGENTE.

Eran las diez de la noche. Hospitalet estaba iluminada. Iba de camino a casa cuando un policía me dio el alto.

-Bona nit.
-Buenas noches. ¿Qué necesita?
-Su permiso de circulación.
El mosso revisó mis datos.

-Ángela, dígame la verdad ¿Ha bebido usted?
Me encontraba de pie junto a la moto
-Negativo señor agente, no he tomado ni una sola gota de alcohol. Créame, le estoy siendo franca.
-¿Ha consumido algún tipo de estupefacientes señora Ángela?
-Afirmativo señor agente…pero si fuera tan amable de no volver a dirigirse a mí como “señora”, aunque puede seguir tratándome de usted.
-De acuerdo, es justo. Dígame, ha consumido cannabis… ¿puedo llamarla señorita?
-He consumido hierba señor agente. Y no, preferiría que siguiera tratándome de usted sin utilizar ninguno de esos términos como “señora” o “señorita” ¿Acaso le gustaría que yo le llamase de otro modo…
-Romeo a Charlie. ¿Todo bien?
Su radio comenzó a funcionar, era su compañero de trabajo que estaba en el coche.

-…Charlie por ejemplo?
-Aquí Charlie, todo bien Romeo, todo bien.
Me miró a los ojos, separó los labios de la radio y se dirigió a mí nuevamente:
-Ahora no recuerdo lo que tenía que decirle…
-Tienes que decir “cierro”, Charlie. Cierro.
El agente se giró y me dio la espalda:
-Oh, vamos tío, que no estoy intentando ligar con ella. No utilices ahora el TEL (técnica eficaz de ligoteo) Y no vuelvas a decirme “cierro”, ya me ha quedado claro. Cierro.

Volvió a girarse y nuevamente le tenía dándome la cara:
-Disculpe a mi compañero, hoy es su primer día y está emocionadísimo. Pero creo que tendrá que darme todo lo que lleve Ángela. Y también la póliza del seguro y su DNI si es tan amable. Le recuerdo que conducir bajo los efectos psicotrópicos de las drogas también está penalizado.
-Con mucho gusto señor agente. Aquí tiene mi DNI y… un momento que tengo el seguro dentro de la moto…-cogí la llave y abrí el asiento.- Aquí tiene la póliza.

Con un walki-talki diferente del que había utilizado para hablar con su compañero, comprobó los datos que le facilité.
-¿Todo bien Charlie? –pregunté.
-Todo está correcto. Ángela, tendrá usted que darme la marihuana que lleve encima, sino tendré que llamar a una compañera para que la registre.
-No creo que sea necesario llegar a tales extremos Charlie. Muy gustosamente le voy a enseñar qué es lo que llevo encima y podrá usted juzgar, sin necesidad de más agentes policiales, de que, lo que ahora mismo llevo es tan miserable que no valdrá la pena tirarla al suelo, ni multarme por ello. Créame, le estoy siendo franca.

Charlie se me quedó mirando curioso, sabía que iba a hacer todo lo que él dijera, pero que al final, acabaría haciendo lo que yo quisiese.
-Creía haberla recompensado ya por su franqueza.
-Es cierto. Recuerdo que así lo hizo. Pero no me ha recompensado por llevar todos los papeles en norma Charlie. –Metí la mano en mi pequeña riñonera y, le mostré la bolsita de 20gramos de marihuana en el que sólo quedaban restos.-Mire, esto es todo lo que tengo.
-He de decirle Ángela, que cada vez son más los conductores que tienen todos sus papeles en regla, así que, esa excusa, además de abusada, no me sirve.-Cogió la bolsa por una esquina ayudado por el índice y el pulgar. Sacó de su cinturón una pequeña linterna y expuso la bolsa a la luz. – Es cierto, hay realmente muy poco. Aún así, podría multarla simplemente por el hecho de conducir bajo sus efectos. ¿Lo sabe verdad?
-Sí sí, lo sé, lo tengo presente. Pero creo que, es tan poco lo que he consumido, que no me ha hecho perder mi intelecto, sino examine, seguro que mi conversación es la más interesante de toda la noche. Y aunque es su deber multarme, sabe que le estoy diciendo la verdad, le he caído bien y no quiere hacerlo.

Fue la primera vez en toda la conversación que Charlie, el agente, sonrió. Relajó su semblante y su cara era mucho más tierna de lo que daba a mostrar bajo esa fachada de policía implacable. Continué hablando:
-Además, ya habrá comprobado que vivo al cruzar el puente. Sólo me separan de mi casa trescientos metros. Algo menos quizás.
Charlie se quedó pensando. Miró el puente y me miró a mí.
-Está bien Ángela. Ha sido usted honesta conmigo. No ha tratado de engañarme en ningún momento, se ha mostrado dispuesta a colaborar en todo lo que le he pedido, tiene pagado hasta el impuesto de circulación y su moto ha pasado la ITV. No tiene las luces fundidas y los retrovisores mantienen sus espejos, llevaba el casco, circulaba a una velocidad adecuada a la ciudad y todos sus datos son correctos. Soy consciente de que vive muy cerca de aquí, sólo ha de cruzar el puente y es todo recto, que no ha consumido grandes cantidades de cannabis: 1. porque no le queda y 2 porque no veo dañado su intelecto ni sus funciones fisiológicas.–Puso sus brazos en jarras alrededor de su cintura y se acercó intimidatoriamente hacia mí: Conozco el barrio donde vive, mi compañero y yo controlamos esta zona. Reconoceré su moto, que seguramente estará aparcada en la zona habilitada para ciclomotores y no en la acera para los viandantes ¿verdad?
-Desde esta misma noche podrá encontrarla allí Charlie.
Muy a su pesar y a regañadientes, metió la bolsita con los restos que quedaba de marihuana entre los papeles que había requerido anteriormente para identificarme.

-Muy bien Ángela, le devuelvo entonces toda su documentación y la dejo marchar si me promete que no volverá a conducir bajo los efectos secundarios de la marihuana. Y no crea que no nos volveremos a ver más. Me voy a fijar mucho mejor, ahora que la conozco y he mantenido unas palabras con usted.
- Muchas gracias Charlie. Ha sido muy amable conmigo, además de justo. Le prometo que no volverá a suceder. Y sí, la verdad es que espero que nos volvamos a ver, ya que sabe donde vivo. Hasta aquí sigo siéndole franca.

Guardé todos los documentos, me puse el casco y subí a la moto. Hice contacto con la llave y puse el intermitente para incorporarme al tráfico, cuando Charlie me tocó en el hombro:
-Por cierto... Ángela, mi nombre… me llamo Joan. Y me gustaría poder llamarte un día… si tú quieres claro.
Apagué el motor y me quité el casco:
-Vaya… esto sí que no me lo esperaba. –Sonreí complacida.- …Joan… ¡Sí! Me parece una gran idea, podríamos dar un paseo una de estas tares tan agradables de verano.
Le di mi número de teléfono y se lo anotó en su móvil algo ruborizado.
-Bueno…tengo que seguir trabajando. Conduce con mucho cuidado. Espera, que te facilito la incorporación.
Salió a la carretera con el silbato en la boca. Pitó a un conductor solitario que conducía y le dio el alto. Se giró hacía mí, me guiñó un ojo y me cedió el paso.

No podía creerme lo que me acababa de suceder, no sólo me había librado de una multa, o de perder algún punto en el carné de conducir, además me había devuelto la marihuana y me había pedido mi número de teléfono.
Pasé por delante del coche patrulla de su compañero, y mientras conducía miré por mi espejo retrovisor reglamentario para echarle un último vistazo a Joan. Me había caído muy bien, y además era muy guapo. Fijé la vista en la carretera, un vehículo conducía a una gran velocidad por el carril contrario, intenté maniobrar para zafarme del impacto, pero fue demasiado tarde y la colisión fue inminente.


lunes, 29 de junio de 2009

MEMORIAS DE CLEOPATRA: TOLOMEO XIII VS CLEOPATRA VII (I)

Continuación de Memorias de Cleopatra: Tolomeo XII

Treinta días después de la muerte de Tolomeo XII (Auletes), Cleopatra VII, fue coronada en Alejandría y Memphis reina de Egipto, a pesar de que su boda con su hermano Tolomeo XIII, aún no se había celebrado.

Cleopatra Filopátor, "La que ama a su padre", así se había hecho llamar en Egipto en honor a su difunto padre Auletes, que a pesar de tener dieciocho años recién cumplidos dirigía el reino de Egipto con soberana altitud, obedeciendo las leyes romanas, por lo que el pueblo egipcio la llamaban "La amante de los romanos" y "la esclava de Roma" ¡Que se vaya!, decían.


Cleopatra lo tuvo realmente difícil gobernar en Egipto. Pompeyo desafió a Julio César, según el testamento que había dejado Tolomeo XII, la reina y el rey de Egipto, estaban obligados a ayudar a Pompeyo bajo cualquier circunstancia, así que le dieron lo que pedía: sesenta barcos junto con un centenar de hombres para la batalla, por lo que terminaron sirviendo a Roma y los rumores de "La amante de los romanos" no hicieron más que ir en aumento.

Por si fuera poco, la última crecida del Nilo no había alcanzado el nivel requerido, y la consecuencia inevitable fue la escasez de alimentos. Cleopatra dio órdenes de que se racionaran los cereales del año anterior, pero no fue suficiente y la gente se moría de hambre. En Alejandría estallaron los disturbios y en la campiña había amenazas de sublevación.


Cleopatra decidió embarcarse Nilo arriba con Mardo (ante todo amigo de la infancia de Cleopatra, escriba y administrador principal de la Casa Real) para ver cuán era la escasez de alimentos en todo el reino hasta Hermontis, a unos diez días de Alejandría.

En Hermontis, se celebraron grandes festejos por la llegada de la Reina de Egipto a la pequeña ciudad. Se reunió con los sacerdotes del Templo de Hermontis, cenaron, charlaron y prometió limpiar los canales para que la próxima riada del Nilo fuese mejor.

Aquella misma noche, una carta de Palacio llegó a las manos de Cleopatra. La Reina Cleopatra VII Filopátor, había sido derrocada del reino Egipcio por su hermano Tolomeo XIII.

La noticia no la cogió desprevenida, pues, si habían traicionado a su propio padre, porqué no lo iban a hacer con ella. Trazó un plan que comentó con Mardo y el sacerdote. Pasaron la noche allí y por la mañana temprano abandonarían Egipto y navegarían hasta Gaza. El sacerdote de Mermontis le ofreció a Cleopatra su mejor sirvienta: Iras, como ofrenda de despedida para que le ayudase en todo lo necesario y para que no olvidara su promesa de limpiar los canales del Nilo.

Enseguida se corrió la voz de que la reina Cleopatra estaba reuniendo un ejército.


Una vez en Gaza, la suerte de Cleopatra no mejoró. Contaba con un ejército de diez mil hombres sí, pero su hermano Tolomeo contaba con las tropas y las antiguas legiones de Gabinio, junto con un considerable número de soldados egipcios y árabes. Tampoco podían atacar Alejandría por mar, ya que habían cerrado el puerto con cadenas bajo el agua y una flota lo protegía.

Llevaban ya dos meses en el desierto, en la frontera con Egipto esperando poder atacar. Una noche en la que Cleopatra no conseguía conciliar el sueño, Mardo se presentó en su tienda de campaña para darle a su reina y amiga una mala noticia: Su hermano Tolomeo había matado a Pompeyo.

Pompeyo y Julio César, se habían enfrentado en la batalla de Farsalia, Grecia. César había ganado la batalla, pero Pompeyo y algunos hombres consiguieron escapar salvando la vida y volviendo a Egipto, donde tenían la obligación de ofrecerle apoyo en sus operaciones. Pero Pompeyo fue asesinado por Aquilas mientras lo acercaban en una embarcación de remos hasta la orilla. Fue apuñalado y decapitado.

El asesinato de Pompeyo se cometió (barriendo para casa) con la intención de librarse de él, para que Julio César no pusiera los pies en Egipto y así no perder los poderes de Tolomeo como rey. Pero César no quería dejar escapar a Pompeyo así como así y le persiguió hasta Alejandría, cuando Aquiles le ofreció la cabeza de Pompeyo y su anillo confiando en ganarse el favor de César, éste lloró, enfureció y castigó a Aquiles.

Cleopatra, desconcertada, preguntó donde estaba ahora Julio César y Mardo le contestó que vivía en su Palacio Real junto con su hermano Tolomeo, el cual había perdido los poderes como rey de Egipto hasta que su hermana, la reina Cleopatra volviera al reino.


Cleopatra, sabía que si salía del campamento, igualmente la apresarían y la llevarían a Palacio como prisionera, y ella no estaba dispuesta a pasar por eso. Pasaron dos semanas, pensando y calculando la manera de poder llegar a Palacio sin arriesgar su vida entre canales subterráneos y malolientes, hasta que en una tormenta de arena, cubierta toda ella por una alfombra, encontró la solución. Viajaría a Palacio enrollada en una alfombra como presente a Cayo Julio César.








Julio César no se mostró sorprendido al ver a Cleopatra dentro del Palacio Real, pero sí le sorprendió la astucia con la que llegó. Aquella misma noche, ambos quedaron prendados el uno del otro y se entregaron en cuerpo sobre el lecho de la reina.

PINTURA: JEAN-LEON GEROME

RESUMEN DE: MEMORIAS DE CLEOPATRA I-LA REINA DEL NILO. MARGARET GEORGE

viernes, 12 de junio de 2009

PALITOS DE PAN Y CHICLES DE CLOROFILA


Aquella tarde jodimos y discutimos. Yo lo hubiese preferido a la inversa, ya que siempre dejo lo bueno para el final, pero aquella tarde salió así.

-Es que no entiendo por qué tiene que estar enviándote mensajes la tía esa. Parece que intuya cuando estamos follando.
-Bueno Carmela, es que son las tres y media de la tarde, después de comer, y a esta hora sólo se puede estar haciendo tres cosas: o se está echando la siesta o se está jodiendo.


Miró hacía la pared un instante, con la vista puesta en punto muerto y sin mover la cabeza.

-¿Y la tercera? Has dicho que sólo se pueden hacer tres cosas después de comer, pero has enumerado dos.
-¡Vaya, esto sí que es sorprendente! Tú eres la reina de la tercera cosa: El nuevo empuja al viejo.
-Mira Jose, no me cambies de tema. ¿Se puede saber qué hace ella con tu número de móvil?
-Carmela cariño, eso ya te lo he explicado un montón de veces: me deja aparcar en su zona de carga y descarga hasta que viene el camión y luego me llama para que lo retire, así no pago zona azul ni parking.
-¿Y qué le das tú a ella para que siempre te tenga que estar regalando palitos de pan integral con sésamo?
-Las gracias, siempre le doy las gracias y tú deberías hacer lo mismo, porque gracias a los palitos de esa mujer vas como un reloj al lavabo y te levantas de buen humor.

Estábamos aún en la cama, yo la escuchaba tumbado de lado mientras me sostenía la cabeza con una mano, las sábanas aún pegadas a mis genitales.
Ella estaba desnuda de piernas cruzadas, mirándome así, muy seria; pero yo no podía dejar de mirarle la entrepierna, con el brillo de nuestros fluidos pegados en la parte interna del muslo. Alargué la mano libre hasta uno de sus pechos y lo sopesé, su tacto me gustó y se amoldó fácilmente a mi mano, como si tuviera efecto memoria.
Me arrastré por la cama como un gusano, e intenté, sin éxito, atraerla hacía mí, seguí estirándome hasta llegar a ella y meterle la cabeza entre sus piernas.

Sólo pude darle un lametazo entre sus labios inferiores y en mi lengua se mezclaron dos tipos de sabores. El primero era algo más espeso, agrio y amargo, que supuse ser yo, mientras que en su parte final se quedó el dulce y el salado de ella, cuando sonó el despertador marcando las cuatro de la tarde.

-Tengo que irme zorra. -le dije dándole una palmada en el culo y besándola.-Sino llegaré tarde.
-Te lavarás los dientes antes de irte ¿no?
-No, pienso quedarme toda la tarde con tu sabor en mi boca.
-No digas tonterías. Espera, tengo chicles en el bolso.

Salió de la habitación al salón tal y como estaba, sin reparar un minuto en que algún vecino estuviera asomado a la ventana y pudiera verla. Mientras vaciaba su bolso en el sofá, me vestí y fui a sentarme con ella para anudarme los zapatos.
-Toma, de clorofila, así te refrescará la boca.
Cogí el chicle y me lo metí en el bolsillo.
-Odio los chicles de menta. ¡Lo sabes! Nunca me compras chicles de fresa ácida.
-Porque luego nunca los usas, y tengo que terminar comiéndomelos yo y el sabor de la fresa desaparece muy pronto.
-Pues por eso mismo nunca me compro chicles, además, ya tengo a María la panadera, que siempre me regala palitos de pan con sésamo, que no sólo engaña el hambre, sino que lo fulmina.
-Así que te gustan los palitos de pan. Pues mira si tienes palitos. ¿Quieres palitos? ¡Toma palito de pan malita sea! ¡Toma, toma, toma...!

Siguió tirándome palitos de pan hasta que salí por la puerta. Me quedé un rato en la escalera hasta que paró de maldecidme. Metí la llave en la cerradura y asomé la cabeza por la puerta. En el salón todos los palitos de pan estaban tirados por el suelo y apareció Carmela con la escoba y el recogedor:

-¿Qué quieres ahora?
-Te cambio el chicle por un palito.
- ¡Desaparece de mi vista! ¡Vete de aquí ahora mismo!
-Te quiero tonta. -Y le solté un beso mostrándole el chicle en la boca.