viernes, 12 de junio de 2009

PALITOS DE PAN Y CHICLES DE CLOROFILA


Aquella tarde jodimos y discutimos. Yo lo hubiese preferido a la inversa, ya que siempre dejo lo bueno para el final, pero aquella tarde salió así.

-Es que no entiendo por qué tiene que estar enviándote mensajes la tía esa. Parece que intuya cuando estamos follando.
-Bueno Carmela, es que son las tres y media de la tarde, después de comer, y a esta hora sólo se puede estar haciendo tres cosas: o se está echando la siesta o se está jodiendo.


Miró hacía la pared un instante, con la vista puesta en punto muerto y sin mover la cabeza.

-¿Y la tercera? Has dicho que sólo se pueden hacer tres cosas después de comer, pero has enumerado dos.
-¡Vaya, esto sí que es sorprendente! Tú eres la reina de la tercera cosa: El nuevo empuja al viejo.
-Mira Jose, no me cambies de tema. ¿Se puede saber qué hace ella con tu número de móvil?
-Carmela cariño, eso ya te lo he explicado un montón de veces: me deja aparcar en su zona de carga y descarga hasta que viene el camión y luego me llama para que lo retire, así no pago zona azul ni parking.
-¿Y qué le das tú a ella para que siempre te tenga que estar regalando palitos de pan integral con sésamo?
-Las gracias, siempre le doy las gracias y tú deberías hacer lo mismo, porque gracias a los palitos de esa mujer vas como un reloj al lavabo y te levantas de buen humor.

Estábamos aún en la cama, yo la escuchaba tumbado de lado mientras me sostenía la cabeza con una mano, las sábanas aún pegadas a mis genitales.
Ella estaba desnuda de piernas cruzadas, mirándome así, muy seria; pero yo no podía dejar de mirarle la entrepierna, con el brillo de nuestros fluidos pegados en la parte interna del muslo. Alargué la mano libre hasta uno de sus pechos y lo sopesé, su tacto me gustó y se amoldó fácilmente a mi mano, como si tuviera efecto memoria.
Me arrastré por la cama como un gusano, e intenté, sin éxito, atraerla hacía mí, seguí estirándome hasta llegar a ella y meterle la cabeza entre sus piernas.

Sólo pude darle un lametazo entre sus labios inferiores y en mi lengua se mezclaron dos tipos de sabores. El primero era algo más espeso, agrio y amargo, que supuse ser yo, mientras que en su parte final se quedó el dulce y el salado de ella, cuando sonó el despertador marcando las cuatro de la tarde.

-Tengo que irme zorra. -le dije dándole una palmada en el culo y besándola.-Sino llegaré tarde.
-Te lavarás los dientes antes de irte ¿no?
-No, pienso quedarme toda la tarde con tu sabor en mi boca.
-No digas tonterías. Espera, tengo chicles en el bolso.

Salió de la habitación al salón tal y como estaba, sin reparar un minuto en que algún vecino estuviera asomado a la ventana y pudiera verla. Mientras vaciaba su bolso en el sofá, me vestí y fui a sentarme con ella para anudarme los zapatos.
-Toma, de clorofila, así te refrescará la boca.
Cogí el chicle y me lo metí en el bolsillo.
-Odio los chicles de menta. ¡Lo sabes! Nunca me compras chicles de fresa ácida.
-Porque luego nunca los usas, y tengo que terminar comiéndomelos yo y el sabor de la fresa desaparece muy pronto.
-Pues por eso mismo nunca me compro chicles, además, ya tengo a María la panadera, que siempre me regala palitos de pan con sésamo, que no sólo engaña el hambre, sino que lo fulmina.
-Así que te gustan los palitos de pan. Pues mira si tienes palitos. ¿Quieres palitos? ¡Toma palito de pan malita sea! ¡Toma, toma, toma...!

Siguió tirándome palitos de pan hasta que salí por la puerta. Me quedé un rato en la escalera hasta que paró de maldecidme. Metí la llave en la cerradura y asomé la cabeza por la puerta. En el salón todos los palitos de pan estaban tirados por el suelo y apareció Carmela con la escoba y el recogedor:

-¿Qué quieres ahora?
-Te cambio el chicle por un palito.
- ¡Desaparece de mi vista! ¡Vete de aquí ahora mismo!
-Te quiero tonta. -Y le solté un beso mostrándole el chicle en la boca.

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