martes, 15 de julio de 2008

REALIDAD VIRTUOSA


Estaba sentado en una silla del salón de mi amigo. Había subido para que me dejara un video juego que tenía los últimos avances en realidad virtual, cuando la puerta de la habitación de su hermana se abrió. Era una chica joven, algunos años mayor que yo, la miré de reojo, pero ella no reparó mi presencia.
Entró en el cuarto de baño dejando la puerta abierta y escuché el maravilloso tintineo de las últimas gotas de orina que caían en el agua del sanitario. No se lavó las manos, se sentó en el sofá y me echó un vistazo, luego me dijo algo que no escuché.
-¿Oye estás sordo? Pásame el mechero.
Como para escucharla. Con el calor que hacía iba en braguitas, con unas calaveras dibujadas en negro que parecían reírse de mí en mi cara y una camiseta de algodón blanca sin sujetador, con el pelo recogido en un moño. Busqué el mechero por la mesa, sin atinar muy bien a cogerlo porque me sudaban las manos y se lo pasé torpemente cayendo al suelo. Chasqueó la lengua y lo recogió.
Sacó un cigarro de la cajetilla y partió una boquilla por la parte opuesta al filtro que se escondió tras la oreja. Cogió un papel y echó la mitad del cigarro allí. De un cofre de madera que había en la mesa, sacó una plaquita de chocolate, que quemó con el mechero y mezcló con el tabaco. Yo la miraba desde la silla sin articular palabra. Abrió la boquita y sacó la lengua para untar en saliva la pega del papel. Lo hizo lentamente, recreándose en el proceso, mientras me miraba burlona. Tragué saliva y desvié la vista a la habitación de su hermano, deseando que no apareciese nunca.
La chica se encendió el porro y se acostó en el sofá, apoyando la cabeza sobre unos cojines de colores y dejando a la vista los huesos de sus caderas, sus pezones se marcaban en la camiseta con total descaro apuntando al techo.

Me había empalmado, no mucho, pero la bestia que llevaba dentro no tardaría en darse a conocer. Me miró desde el sofá y con total desprecio preguntó:
-¿Quieres darle una calada? Te veo interesado en el tema, no has dejado de mirarlo.
Yo miraba otra cosa, quise decir, pero me levanté de la silla y me senté en el sofá, mudo. Dobló las rodillas en un gesto, dejando las piernas abiertas y me pasó el porro. Echó la cabeza hacia atrás, abrió la ventana y dejó que la suave brisa le peinase la frente.
Le di un par de caladas al porro y miré directamente hacia donde tenía que mirar, al oscuro secreto que escondían sus braguitas de calaveras. Dejé, sin mucha cautela, que mis pensamientos volasen por la habitación, imaginando todo tipo de perversiones con la hermana de mi mejor amigo. No me di cuenta que ella me observaba desde la ventana.
- No me jodas, estás empalmado.
Me miré el pantalón, así era, estaba empalmadísimo, tanto, que el roce de la costura de los vaqueros me molestaba. La miré a ella y luego a sus braguitas y con más miedo que vergüenza, puse mis manos en sus rodillas. No dijo nada, así que subí por los muslos y a mitad de camino tuve que desabrocharme un botón y bajarme la cremallera del pantalón. Sus vellos eran finos, casi transparentes, me hacían cosquillas en las yemas de los dedos, eran los primeros muslos que tocaba en mi vida. Llegué a su entrepierna y la miré a los ojos mientras se relamía los labios.

Con el índice aparté las braguitas y con el pulgar las retiré del todo. El corazón me iba a estallar dentro del pecho, las pulsaciones subían cada vez más a pique de un infarto y de mi frente se desprendían pequeñas gotas de sudor. Actuaba por instinto animal, nunca había tenido un ejemplar de esos tan cerca de mí, nada más que en la pantalla de la tele. Quise sumergirme de cabeza en aquella piscina de labios redondos y finos y rescatar la perla de lo más profundo, pero en su lugar introduje el dedo anular en aquella brecha y no tardé en encontrar el camino que llevaba al placer.
El orificio era profundo, blandito, caliente y húmedo, un líquido viscoso transparente recubría las paredes de la zona. Extraje el dedo y probé su néctar, las papilas gustativas se me alteraron, estaba entre amargo y dulce, nunca había probado nada igual y me gustó. Introduje la otra mano en los calzoncillos y comencé a masturbarme. Ella sin hablar y retorciéndose en el sofá me pedía más y probé con el anular y el corazón. Ambos entraron sin problemas, pero se ve que no lo tendría que estar haciendo muy bien, pues ella con su mano me guiaba y de paso introdujo un par de dedos más.
- ¡Hermana, otra vez! ¿Se puede saber que haces?
Retiró mi mano de un manotazo y se colocó bien las bragas.
-No le enseño más de lo que pueda aprender por ahí en la calle. ¿Todos tus amigos son tan mojigatos?- Dijo partiéndome el alma en dos.
Se levantó y se llevó el porro consigo.
- Adiós chato, quizás cuando seas mayor…
- Perdona a mi hermana, aunque a ti ya te vale. Ten, este es el juego.
- ¿Eh? Ya te lo puedes quedar. Me gusta más jugar con tu hermana.

3 comentarios:

Sesión discontinua dijo...

Tengo q decirlo porque si no reviento: el texto está bien pero no es nada del otro mundo (pornografico) que no haya leído. Ahora bien, la foto es que me ha puesto a diez mil, sobre todo el rollo ese de papel junto al sillón..... de donde c**o la has sacado?

Bien, bien......

Besitos mil!!!!

Sesión discontinua dijo...

Posdata: el título el muy, muy bueno......

xavi dijo...

Ya te he leido. Encuentro un vocabulario callejero y situacio demasiado familiar. Pero me ha hecho volar la imaginación. Me reservo el final de la historia en mi mente. Un besazo. Continuaré leyendote. Hasta otra.