EL VIGÍA (I)
Las estrechas calles del barrio del Borne se oscurecieron casi sin esperarlo. Algunas nubes, con propósito indefinido, colapsaban el cielo estival.
Después del calor de la tarde, un hombre de mediana edad que ha pasado el sofoco del sol en casa, sale al balcón y enciende un cigarro, mientras una brisa ligera le pasa rozando las rodillas desnudas. Abajo, en la calle, ve pasar una muchacha años más joven que él, en silencio la observa.
Para Ángela su vida sentimental había fracasado de una manera estrepitosa. Después de la infidelidad de su pareja y herida su autoestima, pasea confundida de regreso a casa. De sus ojos azules unas lágrimas negras colorean sus mejillas como unas acuarelas, sombreando sus ojeras y dando paso a un rostro líquido
Las primeras gotas de lluvia no tardaron en dejarse sentir, prosiguió la marcha a paso ligero, apoyándose con un brazo en la pared, mientras gimoteaba desconsolada. Notaba que perdía el equilibrio, sentía náuseas y que, a su alrededor, el mundo no paraba de girar y girar, dando vueltas entorno a ella, mientras que ésta, inmóvil, no conseguía despegar los pies del suelo para rotar como los demás.
La ciudad tembló al escuchar tronar el cielo y el barrio del Borne se estremeció al sentir el grito de lamento que Ángela había dejado escapar de su garganta. Arrodillada en el suelo rompió a llorar amargamente, sujetándose el pecho con los brazos cruzados y cerrando sus manos en un puño.
Una luz se iluminó sobre su cabeza, como si estuviera bendita. La lumbre no era otra que el de un pequeño farolillo de hierro negro forjado, con unos cristales muy gruesos de un color amarillento que custodiaba una enorme puerta de madera. Desarmando poco a poco su cólera, fue abriendo los puños descubriendo las palmas de sus manos ensangrentadas, se levantó y su cabeza fue a chocar con una piedra que sobresalía de la pared. Puso las manos bajo la lluvia para examinar las marcas de sus uñas en la piel. Se alisó el vestido y se recogió el cabello en un moño, se enjugó las lágrimas y dio un paso atrás.
Justo debajo del farolillo, que alumbraba el portón de madera, había un tronco abierto por la mitad y por su parte más blanca y en letras negras que parecían bailar vals, se leía: VINO Y VERSOS.
¿Qué era aquel sitio? Había pasado por esa calle cientos de veces, y nunca había visto aquel lugar. Algo, detrás de esa puerta, la incitaba a entrar, notaba una ligera atracción a la que no quería contenerse. Buscaba un llamador, pero al no dar con ninguno, empujó suavemente la puerta que cedió con un crujido ante ella. Miró a su izquierda, luego a su derecha, no había nadie en la calle, ni un alma intranquila que vagase por esos parajes. Agarrando con fuerza una cruz de plata que colgaba de su garganta cruzó el umbral.
Fuera, la calle seguía desierta, con su lluvia. Un gato negro, que se refugiaba del agua bajo una cornisa, se lamía una de sus patas delanteras, hasta que una colilla le alcanzó y salió corriendo calle abajo.
El hombre que la vigilaba, desde un puesto más alto, había lanzado el despojo de su cigarro a la calle y poco después abandonó el balcón.
1 comentario:
Manolo, espero que te haya gustado que nuestra manera de despedirnos, lo haya exo post y que tú seas unos de los principales protagonistas.
Lo he hecho con mucha ilusión, y es el primer relato por partes que he conseguido terminar y no dejar a medias. *_*
Te agradezco tu apoyo.
VINO Y VERSOS PAISANO
Publicar un comentario