martes, 1 de julio de 2008

VINO Y VERSOS (continuación)


VINO Y VERSOS (II)

Una vez hubo cerrado las puertas, una pegajosa humedad la invadió por completo. Aquello tenía más pinta de gruta que de un recibidor, no tenía ni idea de donde se había metido. Observó que a ambos lados de la pared colgaban cuatro antorchas prendidas, que iluminaba el trayecto hasta una sala contigua de la que procedían unos barullos controlados.
Estaba decidida a averiguar qué era aquel extraño sitio, tragó saliva y cuando empezó a caminar su vestido se había enganchado a algo. Una pequeña mano la agarraba por la falda y tiraba de ella. Asustada, soltó un grito involuntario. La persona que la retenía salió a la luz mostrando su rostro.
- La entrada a este local son diez euros bonita.
Era un tipo pequeño y malformado con una voz muy grave para su estatura y al que le faltaban la mitad de los dientes. Tenía un brazo más grande que el otro, pero era el pequeño el que sujetaba mi vestido.
-Sí claro, tome.- dije temblando.- Me había asustado usted.
Una sonrisa torcida de satisfacción se le dibujó en el rostro. Seguramente no era la primera vez que se lo decían.
- Buenas noches.-Dijo ya de espaldas y perdiéndose en la oscuridad.

Una cortina de cristalitos de colores la separaban de conversaciones lejanas y entretenidas. Atravesando las lágrimas coloreadas que colgaban de largos hilos que rozaban el suelo, paseó su mirada por la estancia quedando totalmente perpleja. El local, de paredes empapeladas de un rojo burdeos estaba casi en penumbra, unas pequeñas lamparitas naranjas y verdes con velas encendidas en todas las mesas, eran las encargadas de proporcionar a la sala un clima cálido y acogedor. Las mesas eran bajitas y la gente estaba sentada en la moqueta o en cojines y almohadones de color granate con bordados dorados. Avisté una mesa solitaria a la izquierda de la sala, estaba cerca del escenario y allí decidí sentarme. Una vez acomodada, llamé al camarero con un gesto de la mano. Era un hombre de piel morena y de rasgos duros con unos hombros extraordinarios.
- Hola, ¿eres nueva por aquí? No te había visto nunca.-Decía una voz a mi lado.
Era una chica desaliñada en su aspecto físico, llevaba el pelo enmarañado y sucio, unos pantalones negros roídos que no le hacían justicia y una camiseta gris de manga corta sin sujetador, masticaba chicle y olía a sudor y a sexo. Había algo raro en ella que parecía tener dos caras, una más dulce y delicada, mientras que la otra era algo más sombría. Un escalofrío me recorrió la espalda.
-Sí, es la primera vez que vengo. No tiene que llevar mucho tiempo abierto este garito, porque nunca lo había visto.
-Si, ya…
En ese momento el camarero, se acercó a nuestra mesa y mirándome me preguntó, sin mediar palabra alguna qué iba a tomar.
- Una copa de vino por favor.
- Para mí un GinTonic, pero me exprimes el jugo del limón en el vaso, y le quitas la rodaja, que me gusta sentir el hielo rodar por mis labios.- Le dijo acercándose a la lamparita y guiñándole un ojo.
El camarero se la quedó mirando y luego se retiró a la barra.


Entonces me di cuenta, aquella muchacha tenía un ojo de cada color. El derecho era de un verde intenso y vivo que le dulcificaba el rostro, mientras que el izquierdo de color oscuro le daba un aire siniestro.
- Y bien, qué te trae por aquí, este no es un buen lugar…-Dijo mirando mis vestimentas y encendiéndose un porro.- para alguien como tú. No sé, se te ve sana y limpia. Por cierto me llamo Carola.
- Hoy he descubierto a mi novio pegándomela con otra tía en la cama y salí corriendo a la calle cuando encontré este local. Me llamo Ángela.
-Vaya qué desastre Ángela, me gustaría decir que es una pena, pero no lo es. Y de eso ya te darás cuenta con el tiempo.-Me comentó propinándome un manotazo de ánimo en el hombro.- Pues aquí no tienes porqué preocuparte. Creo que has venido sin querer al mejor sitio que podías encontrar. Esto es algo más que un bar, un garito, o cómo quieras llamarlo. Esto es VINO Y VERSOS, aquí la gente viene a relajarse, a dejar los problemas aparcados por unas horas y disfrutar de la poesía prohibida que encierran nuestros poetas malditos.
Cortando el hilo de misterio con el que Carola tejía la historia, apareció el camarero con una bandeja de madera dejando las bebidas en la mesa.
-Son cuatro con ochenta.
Desvié la mirada a aquella muchacha que le enviaba besos y corazones de humo al joven. Saqué cinco euros.
-Quédate con el cambio. –Le dije.
Cogió el billete y se lo guardó en el bolsillo central del delantal, luego le sacó el dedo anular a mi compañera de mesa y se fue.

Carola se acercó a la mesa de forma confidente:
- No te alarmes, era mi novio. Tiene un buen culo ¿eh? Sí, si que lo tiene.
Le dejé cuando unos tipos duros le cortaron la lengua. No está bien ir largando más de la cuenta, se lo tenía bien merecido el muy capullo. Bueno y porque el sexo ya no era lo mismo.-Dijo sin remordimiento alguno posando los labios en su vaso para beber un trago.

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