lunes, 17 de marzo de 2008

CARLOS: ¡ESTOY EN BARCELONA!

La vida cuando menos te lo esperas es cuando decide sorprenderte. No importa si estás preparado o no, si estás contento, triste, borracho, durmiendo o estás en cualquier parte del mundo. Te tocó y te tocó, aunque no siempre tienen que ser malas noticias lo que la vida te ofrezca, pero si que a veces, esas noticias pueden cambiarte algunos planes.

A mi me cambió la vida cuando estaba conociendo a Martín, me decía que alguna vez me había visto pasear despreocupada con mi bicicleta de colores, dejando una estela de alegría allá donde iba. En ese preciso instante, en el que escuchaba sus palabras con atención infinita, me llegó un mensaje al móvil y tuve que salir corriendo al aeropuerto. Carlos estaba apunto de llegar a Barcelona.

Carlos, un buen amigo de la infancia al que no veía desde hacía más de diez años, siempre habíamos conservado el contacto, no sé porqué no me avisó antes de su llegada. Según me dijo él más tarde, es que así tenía más emoción la cosa y la sorpresa y el asombro, lógicamente sería mayor.
Tuvimos un día íncreible, cargamos con las mochilas de un lado a otro y en lo que dio una mañana y una tarde le enseñé los principales monumentos y lugares que ofrece Barcelona. Montjuic, La Plaza España, Las Ramblas de Barcelona, Colón y un poco del Paseo Marítimo. (Es lo rimero que suelen ver los extranjeros)

Agotados y con la noche echada ya encima, decidimos subir al piso y dejar las mochilas para descansar un poco. Mientras Carlos se duchaba yo preparaba algo de cenar, “Algo ligero si no te importa, tengo aún el estomago algo revuelto del vuelo” Hice un pica-pica: jamoncito, quesito, una ensalada y un buen vinito. Después de la cena y con la copa en la mesita auxiliar hice que se tumbara en el sofá y corrí la ventana, si te tumbabas bocarriba se podían ver las estrellas y un paseo largísimo todo iluminado con bombillas naranjas. El piso era tan alto que no llegaba ni la polución ni el ruido demencial de la ciudad, pero las vistas eran magníficas.

-Ahora sí, ya lo puedes gritar, ya puedes decir que estás en Barcelona, en el corazón de la ciudad, en pleno centro.

- ¡Estoy en Barcelona!
- ¿Solo puedes gritar eso? ¡Vamos grítalo más fuerte! ¡Que llegue al cielo!
- ¡Estoy en Barcelona!
- No pareces convencido del todo Carlos, ¿Qué te pasa? ¡Vamos con ganas! ¡Estoy en Barcelona!
- ¡Estoy enamorado de ti!

Carlos sólo iba a estar un fin de semana en Barcelona, posiblemente no nos volveríamos a ver en años y tampoco creo que estuviese enamorado de mí, si no que tendría tantas ganas como yo de pasar un buen rato. A veces esas cosas pasan. No sabes porqué, pero pasan. Si es el vino, la noche o el sexo. Mientras que no se confundan sentimientos y cada uno tenga claro su camino… ¿Porqué no disfrutar del momento?
Mis braguitas acabaron en el paseo largísimo todo iluminado con bombillitas naranjas.

Al día siguiente y con Camela a todo volumen llamaron a mi puerta.
- Vaya, creo que me he equivocado de piso…
- No, espera, yo no soy el propietario del piso. ¿A quién buscas?
- Buscaba a Lorena.


(¿Por qué me has engañado? ¿Quién es él? ¿Por qué me has hecho daño? Cuéntame…)

- Lorena ahora mismo se está duchando, ¿Quieres que le diga algo? ¿Quién eres?
- No, no importa, no le digas nada. Hasta luego.

Llegó el domingo y la hora de despedirse, ambos habían pasado un buen fin de semana. Tuvieron que comprar una tarjeta de memoria más grande para la cámara de fotos. Prometieron verse pronto, pero sabían que pasarían muchos años sin verse.

- Lorena, se me olvidaba… ayer un chico llamó a la puerta de tu casa. No me dijo quién era, ni me dio un mensaje para ti, pero llevaba un casco, rodilleras y coderas. Parecía como si nunca hubiese montado en bici.

En ese preciso instante cuando escuchaba sus palabras con atención infinita salí corriendo en busca de Martín. Tenía la ligera sensación de haber vivido esto en otro momento… Sólo para cuando llegué a su portal, lo ví paseando con una chica agarrado a su cintura al atardecer. Volvió la cabeza atrás un instante, pero pareció no verme, y si lo hizo, no me dijo nada.

Así es la vida, lo que te da de más, te lo quita. Martín y Lorena, nunca llegaron a conocerse por recibir una información equivocada.

Una vez coincidieron en el cine. Cada uno tenía sus parejas. Sus almas salieron de sus cuerpos y se unieron en butacas diferentes. Ambas almas se miraron, se tocaron transparentes, se abrazaron fuertemente, mientras él le susurraba al oído: “Nunca más, nadie en medio de entre tu y yo”

Aunque puede que esto último, sólo fuese un sueño.

1 comentario:

Manuel Rubiales dijo...

Genial, eso si, me hubiera gustado algo más de morbo en el relato de los "hechos". Un poco de picardía adereza cualquier relato.
Vino y besos.