Una vez en el baile de la boda de su prima, una mano extraña le hizo llegar una nota:
“Mi señora, está usted deslumbrante, reúnase conmigo en el cobertizo del granero. La esperaré allí.”
No pudo por más ruborizarse, miró a los hombres, todos reunidos entre sí, riendo y bebiendo cerveza sin echar cuentas a nadie, y a las mujeres, que cuidaban de los traviesos pequeños que correteaban por las praderas. Hizo saber a su pareja de baile que iba a tomar algo y con disimulo huyó furtivamente de la fiesta.
Una vez llegó al granero subió por la escalera de madera que daba al cobertizo, allí dio con la persona que le entregó la nota. Sin apenas dejarle hablar, sus labios fueron a parar a su boca y con suma delicadeza la tendió sobre la fina paja que los rodeaba.
Desabrochó con cuidado el lazo que cerraba la camisa dejando a la vista su cuello, largo y blanco como el de un cisne. Descubrió a una mujer de generosos pechos, redondos como melocotones, de suave textura y dulce sabor dispuestos a su merced. Los contempló sin prisa, mojando las yemas de sus dedos en saliva, tocando con alevosía los rugosos pezones, acariciando el cauce entre seno y seno, recorriendo con su lengua la forma de sus pechos.
Sus besos comenzaron a bajar desde las más altas cumbres como una lengua de fuego que abrasaba todo a su paso. Sus manos dibujaron su cintura y su boca se detuvo en sus caderas, anchas como las de un botijo.
-Mi Señora, necesitaría días para recorrerla entera, tanta hermosura es abrumadora.
Siguió intrépido el joven en su busca, bajando por el sendero hasta llegar a lo más profundo de su valle. Agüita de puchero encontró más abajo, pero él ya había decidido jugar al despiste con ella. Pasó rozando eso sí, no pensase en desprecio alguno.
Rollizos y trémulos muslos que vibraban al compás de su corazón, el joven hundió su cara en ellos, encontrándose los vellos erizados por la excitación, que como gato lamió sin pudor ni vergüenza alguna. Pequeños grititos soltaba la moza que rezaba sus plegarias a un Dios al cual hacer tal “obscenidad” podría desembocar en pecado capital.
Haciendo caso omiso el joven, ya podría rezar el rosario entero si gustase, hundió su nariz en el frondoso bosque, y como el que entra en una gruta donde el mar se encuentra cercano, una cálida y mojada humedad le sacudió por completo. Su lengua se sumergió en aguas profundas, oleadas saladas de placer, sus manos subieron por sus anchas caderas y las aposentó en sus pechos. Los rezos cesaron porque sus labios se secaron, todos sus fluidos se iban por una misma dirección. Jadeante, su respiración nunca había estado tan agitada, pronunció una sola vez su nombre y ya no pudo dejar de repetirlo.
Sentía pánico de que la moza comenzase a chillar como puerco de granja, paró su faenar para encontrarse con su mirada, pero sus ojos se encontraban de vuelta en lo más profundo de su ser.
-Señora…
Con su boca llena de ella la besó indecente. Aprovechó el despiste la moza para bajarle por completo los pantalones, el introdujo uno de sus dedos, también comparables con porras para mojar en el café y descubrió que bailaba dentro de ella. Separó la moza aún más sus muslos para dejar paso a lo que se avecinaba. Se apresuró el joven a satisfacer el mandato de su señora y ella abrió los ojos de par en par, su cara se encendió como una bombilla, un fuego interno la recorría de arriba abajo. Clavó sus uñas en las nalgas del joven dejándole marca seguro. No había sensación igualable a la que ellos dos sentían en esos momentos. Cuarenta y tantos grados de calor interno y setenta y tantos quilos empujando con ímpetu el grueso cuerpo de su señora.
Pero el joven mozo paro inesperadamente el ritmo de su marcha, la extasiada mujer no se percató hasta que grandes gotas, demasiado grandes para ser sudor, comenzaron a estrellarse en su estomago.
El joven tenía la mirada fija en ella y emanaba sangre por la boca.
Asustada la hermosa mujer, empezó a gritar nerviosa, que no fue nada comparable a lo que se escuchó a continuación.
- ¡¡¡ RAMERAAAA !!! ¡Hija del demonio! Te pudrirás en el infierno por fornicadora y por deshonra a tu marido. ¡¡PUTA BARATA!! ¿Qué son esos gemidos que producías? ¡Nunca! ¡Jamás en diez años de matrimonio has pronunciado mi nombre con tantas hambres como pronunciabas el suyo!
Ahora puedes llorar. ¡Llora y grita si te apetece! Porque esta será la última vez que podrás hacerlo.
Sácole el cuchillo de la espalda que al joven mozo había ensartado como a un trozo de carne y tendió a su mujer en la paja de nuevo.
Encima de ella y agarrándola por el cuello como a los pollos, pasó su lengua por el sudor de sus redondos pechos como hizo el joven mozo anteriormente. La bestia al recordar la escena, la rajó de arriba abajo abriéndola en canal y le clavó el cuchillo en el corazón. Se levantó y girándole la cara a la que fue su mujer le rajó el pómulo izquierdo, luego le escupió en la cara y se fue.
- …Puta ramera…
viernes, 7 de marzo de 2008
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2 comentarios:
Coño...qué final más fuerte!.
Eso si, el chaval no se enteró y tuvo la felicidad de morirse en medio de un polvazo, eso es un lujo al alcance de pocos.
Estupendo relato.
Vino y besos.
Joder...........menudo final! ...y tan bién que iba el tema. La parte erótica, estupenda, mejor que el primer relato. La parte trágica, la he encontrado muy chabacana. Seguiré leyendote. Un besazo.
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