viernes, 18 de abril de 2008

EL BOSQUE DE WELSSINSTER


Era temprano, pero no lo suficiente para vislumbrar luz en el camino. La luna andaba fuera todavía, aunque la oscuridad de la noche y el espesor de las nubes habían desaparecido. Sara seguía corriendo por aquel angosto sendero que la llevaba sin remedio a adentrarse en el bosque de Welssinster.
Sus pasos no eran los únicos que se escuchaban, alguien la perseguía, alguien iba detrás de ella pisándole los talones. Sara había visto algo que no debería haber presenciado en ningún momento. Si por ella fuese, hubiese deseado arrancarse los ojos antes de verse inmiscuida en la situación en la que ahora mismo se encontraba.

Su corazón, su mente y sus pensamientos iban y venían más rápido de lo que sus piernas podían dar de sí, pensó en rendirse, luego pensó en esconderse, pero su cuerpo no atendía a razones y lo único que conseguía era correr hacia delante, sin mirar atrás. Nunca había corrido tanto en su vida, pero tampoco nadie la había perseguido nunca con el fin de hacerle daño. Unos perros que deberían de andar sueltos por el bosque empezaron a ladrar, olían a kilómetros de distancia el miedo que Sara desprendía por cada poro de su piel, a la velocidad que iba su cabeza ya se veía devorada por alguno de esos salvajes perros.

Pensaba en su madre, en lo calentita y confortable que le hacía sentir uno de sus abrazos y empezó a llorar, un llanto lento y doloroso que lastima sólo de imaginarlo. Hubiese gritado de buen gusto buscando por donde fuese a alguien que pudiera ayudarla, gritaría a pleno pulmón hasta quedarse afónica, pero de nada le serviría porque en el bosque de Welssinter no habitaba nadie. No había árboles o arbustos que ofreciesen frutos, no había buenas vistas, era un bosque muerto en el que sólo habitaban roedores, aves y otros depredadores.

Sara corría y corría sin descanso, saltando raíces que sobresalían del suelo, retirando a dos manos las ramas de los árboles que se metían en su camino, sorteando boquetes y madrigueras, saltando charcos. Sara dejó de escuchar los pasos y la jadeante respiración de quien la perseguía, Sara siguió corriendo y fue entonces cuando giro la cabeza hacia atrás, quería cerciorarse de que allí no había nadie más corriendo que ella. Puede que los perros le hayan alcanzado y que ahora estén disfrutando de un buen festín. Sara sonrió para sus adentros, se había librado de aquel maníaco que quería dar con ella, se sentía satisfecha de no haber abandonado la carrera en ningún momento y seguir luchando por su vida, Sara estaba apunto de chillar de alegría cuando su pie derecho tropezó con unos escalones de piedra que se encontraban cubiertos por hojas. Sara salió volando por los aires y en un instante se sintió desfallecer, porque cayó al suelo con tan mala suerte que su cabeza fue a dar en una piedra y perdió el conocimiento.

Cuando Sara volvió en sí, le dolía la cabeza horrores y la boca le sabía a sangre. Abrió los ojos y se encontró en el sótano de casa, todo estaba aparentemente normal. ¡No! Ella no estaba en casa, ella estaba corriendo, huyendo de alguien, ella estaba en el bosque y ahora se encontraba en el sótano de su casa. Algún detalle que no llegaba a acertar se le escapaba. Sara volvió a perder el conocimiento.

La luz del sótano se encendía y apagaba intermitentemente, allí abajo hacía frío y olía a humedad. Un ruido bestial la hizo volver en sí, sobresaltada miró a un lado y al otro, buscando respuestas. Tenía los pantalones mojados, se había echo pipi y ni se había enterado. Las manos y los pies los llevaba atados con una cuerda. A lo lejos se encontraba su madre sentada en una silla en las mismas condiciones que ella. Pero un muro las separaba. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba ella?


Alguien le agarraba de los pies, no estaba sola y Sara empezó a chillar.
Unos ojos marrones se asomaron por el único ladrillo de la pared que faltaba por poner.

–Se me olvidaba decirte que no estás sola, tu padre esta ahí dentro contigo y también un par de ratas. -Una boca siniestra llena de baba le sonreía.
Aquel muro que la separaba de su madre estaba siendo su muerte
-Aquí acaba tu vida, todo cuánto hayas visto u oído dejará de formar parte de ti. El emparedamiento es algo difícil y requiere su tiempo, pero nada comparable con el tiempo que tú pasarás encerrada dentro de una pared. Esa agonía y sufrimiento vale la pena. Y más cuando las ratas te devoren los intestinos mientras tú sigas estando viva.
Sara le escupió a la cara, y aquel tipo selló con una carcajada el último ladrillo que la separaba de la vida.

2 comentarios:

miguel dijo...

Angela , vaya tela , jajajajaa
vaya agonia , sinceramente que me maten , que no pierdan el tiempo metiendome en la pared , jajjjaja

He intentado ponerme en la situación y se me ponen los pelos de punta , prefiero acabar de golper que me maten y no sufra ,

muy bueno el relato ,

un besote

Girasol dijo...

ME alegro que te haya gustado!! la verdad es que lo del emparedamiento se me ocurrió a última hora, son las peores muertes eh? la que te hacen agonizar... uy por Dios que sufrimientoooo!!

Besitos