Hoy pasando por la plaza de mi barrio cargada de agua, leche, huevos y miel los he vuelto a ver, y eso que no paso a la misma hora, pero siempre suelen estar en el mismo sitio.
Cuando la gente pasa por su lado, hablan de cosas insulsas, el tiempo, la velocidad de los años, una vejez no deseada, o de una vejez con un espíritu fuerte y un corazón que a pesar de los años puede dar tanto amor o más que antes. Hablan de la familia, de los que están y de los que ya han marchado, lo grandes que están ya sus hijos y de sus pequeños y traviesos nietos.-Una generación que viene empujando fuerte -dice uno de ellos.
Herminio y Anita ya peinan canas, muy a su pesar, porque ya uno no es lo que era antaño, la piel se arruga y se hace pellejosa y dura, pierde la suavidad y el aroma a vida que desprendía. La belleza, algo que se pierde con los años.-Pero como dice el refrán: la que tuvo, retuvo- le suelta con picardía Herminio a Anita mientras nadie les mira, ni les echan en cuenta. Ella le sonríe socarrona, hacía mucho que nadie le decía algo similar.
Con los años también se pierde la candidez, la dulzura y la coquetería, llega un momento en que lo único por lo que luchas es por seguir viviendo, por ver madurar a tus hijos, tarea imposible o que tardará aún en llegar, por ver crecer a tus nietos, al menos hasta hacer la comunión, desearías ser eterno, para revivir todos los acontecimientos ya realizados con tus hijos, ahora con tu nietos.
A ambos les dan las tantas, hasta bien entrada la tarde charlando en un banco, dan de comer a las palomas, le lanzan la pelota a los niños del parque, saludan vecinos, y en la intimidad de sus miradas, se dicen los “te quiero a mi lado” más hermosos que jamás se han oído. El simple roce de sus manos los hace estremecer de ternura, de añoranza, de un amor gastado por los años, pero con ilusiones renovadas.
Las miradas atónitas de la gente, los dedos acusadores que los señalan sin cesar, la risa burlesca y sus chistes del sexo a la tercera edad hacen de ese amor, de esa necesidad de envejecer junto a alguien, la necesidad de no hallarse sólo cuando la muerte les ronde, una mofa en el barrio.
Una tarde, cuando el sol de verano dejó de dar por las calles, Herminio sentado en el mismo banco de siempre, esperaba con un ramillete de margaritas, la llegada de Anita.
-Señor Herminio, ¡qué flores tan bonitas! ¿Es para la novia?
-Sí, joven, son para la Señora Ana. ¿Cree usted que le gustarán las margaritas?
-¡Pues claro que sí! No hay mujer en este mundo que no caiga rendida ante unas flores. Pero abuelo, yo que usted tomaría precauciones que a su edad ya no está uno para tantas fiestas.
Herminio desconcertado por el abuso de confianza y por su tono irónico decidió darle la razón para no entrar a discutir con aquel desaprensivo.
- Pues sí joven, tiene usted razón, uno a esta edad ya no es lo que era, pero no se preocupe, ahora usted es joven y fuerte, aproveche ahora, que a esta edad serán sus hijos quiénes le digan estas cosas.
La sonrisa de aquel hombre, se fue desdibujando a medida que las palabras de Herminio hacían mella dentro de el.
Al llegar la noche y al mirar por la ventana mientras hacía de cenar, me encontré a Herminio sentado en el banco con las flores aún en la mano. Me asustó mucho verlo allí solo, sin ninguna compañía y a horas tan altas. Me eché un pañuelo a los hombros y bajé a hablar con el.
-Señor Herminio, ¿Se puede saber que hace usted a estas horas de la noche aún en el banco?
- Pienso señorita, pienso.
-Debería de saber que la calle a estas horas es muy peligrosa, puede pensar igualmente en su casa. ¿Qué le pasa? ¿Ha discutido con la señora Ana?
Aquel hombre viejo, alzo su mirada, encontrándose con la mía. Unos ojos que anteriormente pudiesen haber sido azules, ahora eran de un celeste apagado, las arrugas dibujaban el contorno de sus ojos, no tenía apenas cejas, y aún tenía muchas pecas por la cara, o tal ve fuesen manchas de la piel.
- La señora Ana, no va a venir, no volverá a venir nunca más. Pues esta misma tarde ha fallecido.
-¡Ay Dios Mío! ¿Y usted como sabe eso señor Herminio? ¿Quién le ha dicho tal cosa?
-No hace falta que nadie lo diga, a esta edad, uno ya sabe las cosas que sabe. –Herminio se levantó como si el cuerpo le pesase veinte kilos más de lo normal, haciendo crujir todos los huesos de su espalda y la rodilla derecha. Se giró de nuevo a la vecina que esperaba una respuesta más concreta de él, pero que no le iba a dar.- A esta edad, no es aconsejable amar a nadie, pues estas cosas pasan. Buenas noches vecina.
Me quedé allí sentada, en el banco pensando en las palabras que me acababa de decir el viejo Herminio. ¿Cómo podía saber que la Señora Ana había muerto? Entonces lo vi. El ramillete que llevaba Herminio esta tarde, con sus margaritas frescas, estaban muertas y podridas en sólo cuestión de horas. Una brisa me corrió por la espalda, me sacudí y subí corriendo a mi casa.
martes, 29 de abril de 2008
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2 comentarios:
Vaya..., y yo que pensaba que iba a tener un final feliz con besos bajo la luna del parque, no sé, debe ser que hoy me levanté romántico... je, je,je... Buen relato niña.
Vino y besos.
Hola Angela ,
Lo bueno de la vida es tener a quien amar para compartir todo , per lo malo del amar es el dolor de perder lo que mas quieres .
es genial , un poco triste, pero la realidad duele a veces.
un beso
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